El sonido seductor del <<chup-chup>> del  puchero andaluz.

Es verano. Hace calor. Y estoy k.o. De estas veces que el cansancio se levanta con una misma y parece que le va a acompañar a lo largo del día. Será por el trote de estos días de la semana. Llamo a mi madre y me comenta que hoy hará ella puchero para comer. Great idea! En ese instante, mis pensamientos y mis papilas gustativas me lanzan una indirecta que capto en un segundo. Eso haré yo también. Creo que me hará remontar en este día.

De forma que, me hallo delante de los fogones, con una olla y los ingredientes dentro: pollo (muslito por eso de que es algo más jugoso), penca de apio, un puerro, dos zanahorias cortadas a rodajas, un par de papas cortadas a cuartos, algunos pedazos de calabaza, judías verdes y los típicos <<avíos>> del puchero andaluz. Y <<le doy caña>>.  Hoy no lo haré con garbanzos, ya que en mi planning semanal las legumbres ocupan otros días…

 Mientras <<rompe a hervir>>, me siento en la mesa a divagar y a escribir. Y de repente, al paso del tiempo, y en el silencio de la tranquilidad, empiezo a escuchar un sonido que me deja embobada. Un sonido que me evoca  esos momentos en el que quedaba hipnotizada al observar los guisos de mi madre y al escuchar los sonidos que emanaban de ellos. Es hipnotizante, como lo es la luz de la luna o los dibujos que describen las constelaciones. Para mí lo es.

Es curioso cómo el sonido que desprende un guiso de antaño, puede llegar a alimentar sin haber llegado a saborearlo previamente.


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